Liderazgo político: análisis de su evolución conceptual

Political leadership: analysis of its conceptual evolution

Ricardo Gabriel Martínez-Orellana*

Investigador independiente, Quito, Ecuador *ricardogmartinez5@gmail.com

Recibido: 29 de abril de 2022 Aceptado: 22 de julio de 2022

Resumen ARTÍCULO DE REVISIÓN

El objetivo del artículo consiste en reflexionar sobre el liderazgo político (LP). En este sentido, en el primer apartado se realiza una revisión sobre las teorías del LP en la edad antigua, propuestas principalmente por Sócrates, Aristóteles y Agustín de Hipona, como un estudio introductorio que permite comprender lo que es un líder y las características que debe poseer. Posteriormente, para transitar hacia un estudio que analice más allá de los rasgos particulares que un líder detenta, se toma la perspectiva clásica de Max Weber, para entender, desde los aspectos de dominación, legitimación y carisma, aquella relación propia entre el líder y sus seguidores. En ese marco, también se aplica una relación del carisma con los medios de comunicación, para vislumbrar aún más la manera en la que los seguidores o adeptos entregan su confianza a quienes los lideran. Aquí, se observará cómo se genera el cambio de un liderazgo político estático a uno más dinámico, y el ingreso del contexto sociotemporal como un factor externo que afecta a la forma de legitimación de un líder. Finalmente, estos aspectos se integran con tres nociones planteadas por Pierre Bourdieu: juego político, habitus y campo político. Esto permitirá analizar el cómo se podrían entender las posiciones de los distintos agentes de acuerdo a su diferente posesión del capital político en ciertos momentos. De esta manera, en la conclusión del artículo se reflexiona sobre la posible articulación de las perspectivas clásicas del liderazgo político con la reflexiva planteada por Bourdieu.

Palabras clave: Carisma, dominación, legitimidad, liderazgo político, política, sociología reflexiva.

Abstract

The objective of the article is to reflect on political leadership (LP). In this sense, in the first section, a review is made of the theories of LP in ancient times, proposed mainly by Sócrates, Aristóteles and Agustín of Hipona, as an introductory study that allows us to understand what a leader is and the characteristics that he must possess. Subsequently, to move towards a study that analyzes beyond the particular traits that a leader possesses, the classic perspective of Max Weber is taken to understand, from the aspects of domination, legitimation and charisma, that relationship between the leader and his followers. In this framework, a relationship of charisma with the media is also applied, to glimpse even more the way in which the followers or adepts give their trust to those who lead them. Here, it will be observed how the change from a static political leadership to a more dynamic one is generated, and the entry of the socio-temporal context as an external factor that affects the form of legitimation of a leader. Finally, these aspects are integrated with three notions raised by Pierre Bourdieu: political game, habitus and political field. This will allow us to analyze how the positions of the different agents could be understood according to their different possession of political capital at certain times. In this way, the conclusion of the article reflects on the possible articulation of the classical perspectives of political leadership with the reflexive one proposed by Bourdieu.

Keywords: Charisma, domination, legitimacy, political leadership, politics, reflexive sociology.

Introducción

Los conceptos de liderazgo político han sido diversos, pues a lo largo de varios estudios han estado en constante redefinición, y aunque ninguno logra concretarse como un concepto teóricamente completo, cada una de las aproximaciones realizadas sirven como aportes interesantes para comprenderlo desde múltiples perspectivas. Este término, según Rejai y Phillips, citado en Delgado (2004) “viene siendo desde tiempo inmemorial una preocupación de la teoría social y la política, y por tanto objeto de estudio para disciplinas como la Psicología, la Sociología y la Ciencia Política” (p.8). El concepto de liderazgo político se vuelve tan variable, ya que depende de la intención que el investigador quiera proporcionarle y, además, del contexto sociotemporal en el que se aborde.

No obstante, entre todas las concepciones que se han planteado, existen ideas que confluyen cuando se habla del liderazgo político. Una de las definiciones que acoge la manera en que ha sido comprendida por varios autores es la de Natera citado en Delgado (2004): “El liderazgo debe concebirse como un proceso interactivo líder-dominio, donde los procesos de liderazgo son, asimismo, el resultado de las relaciones entre el particular modelo de comportamiento del líder y sus ámbitos de dominio político” (p.21)

En ese marco, ¿por qué es esta definición la que actúa como común denominador de conceptualizaciones propuestas por varios autores? La respuesta es porque en ella están intrínsecas las palabras claves que más han sido utilizadas al momento de comprender al liderazgo, y que en el transcurso de este estudio se irán desglosando: características o rasgos de un líder, el comportamiento, los seguidores, el entorno en que se desenvuelve, los ámbitos de dominio y los procesos de interacción.

Entendiendo al liderazgo político desde la antigüedad clásica

Tintoré (2003) se refiere al liderazgo como un “fenómeno que se ha manifestado en todas las etapas de la humanidad, desde que el hombre es hombre y desde que tuvo que relacionarse con otros hombres” (p.209), y es que, sin la presencia de líderes, un determinado grupo, colectivo, pueblo, estado o nación prácticamente no progresa debido a que, al existir esa carencia de un “alguien” que se encargue de coordinar y llevar al grupo hacia un objetivo, se suscitaría un completo desorden y descontrol. Por ello, al situar la importancia de los líderes como “personas que arrastran a otros” (Tintoré, 2003, p.210) y que, además, provocan cambios en los entornos que lideran, empieza el análisis de filósofos como Sócrates y Aristóteles en cuanto a los rasgos o características que estos personajes deben cumplir, ya que llevan consigo un papel preponderante.

Sócrates, citado en Tintoré (2003) asocia al liderazgo con la idea de servicio, pues creía que el que se haga denominar líder “no debe hacerlo para su propio beneficio, sino para conseguir el mayor provecho de quienes lo siguen” (p.212). Esto, en términos de Kaufmann (1997) sería “el líder transformador que comparte el poder con sus seguidores” (p.166). Pues no se trata de puestos jerárquicos que de manera sistematizada un líder debe tener, sino más bien, el de formar parte de esa comunidad de seguidores que también aprende, intercambia, transforma y revitaliza la sociedad.

A esta forma de asociar al liderazgo en un espacio de beneficio común y no tan solo en un espacio de beneficio particular, también lo compartieron filósofos como Agustín de Hipona y Aristóteles. Aunque en este caso, Aristóteles fue más allá al mencionar la imagen o características que debe poseer el líder que gobierne la Polis. Con su capacidad intelectual, consideró que el gobernante o líder político debe ser “virtuoso y hábil porque la habilidad no es menos necesaria que la virtud para el hombre de estado” (Aristóteles, citado en Tintoré, 2003, p.216). Aquí, se mencionan dos aspectos: por un lado, el carácter o personalidad, y por otro, la capacidad, experiencia y/o destreza que debe poseer el líder político para saber dirigir a sus seguidores en el camino de la mejora.

Con ello, varios autores, a partir de estudios teóricos y de campo, han encontrado las cualidades más importantes que un líder político debe poseer. Una de ellas menciona: “hablar con claridad, ser honrado, saber tomar decisiones, mantener las promesas hechas, ser coherente con su propia ideología, interesarse por los problemas del hombre de la calle” (Estudio CIS, citado en Kaufmann 1997, p.169), y otra complementaria de López (2002) que menciona valores y capacidades esenciales como “la humildad, el sacrificio, la credibilidad, la honestidad, el amor, el compromiso con los oprimidos, la equidad, la justicia, la educación, el patriotismo, la capacidad visionaria y de cambio, y la firmeza” (Sección 2 La Integralidad). Siguiendo esta línea, el líder político debe ser un líder integral, es decir, que debe reunir todas estas características mencionadas para posteriormente proyectarlas a sus seguidores o pueblo a cargo, ya que este líder político no es cualquier persona, sino el representante de la identidad de todo un colectivo.

Después de este breve repaso por los filósofos de la edad antigua en su interés por comprender el liderazgo político, se puede apreciar cómo entre ellos el enfoque estuvo centrado mayormente en las cualidades que un líder debe poseer; lo que conlleva a caer, quizás, en haber estudiado solamente el término de liderazgo como tal, y no el de liderazgo político. Pues este término de LP en realidad toma un camino más específico, como se lo seguirá analizando a lo largo de esta revisión, ya que conlleva otra serie de factores que no se detienen únicamente en la comprensión de atributos o rasgos personales.

Perspectivas clásicas sobre el liderazgo político: el legado de Max Weber

“El liderazgo es el resultado de la habilidad para persuadir y dirigir hombres” (Delgado, 2004, p.10). En este sentido, se refiere a un tipo de líder que posee una superioridad ante sus seguidores porque este ha sabido legitimarse como tal o, al menos, ganarse la aceptación de quienes lo respaldan. Entonces, aquí se encuentra otra perspectiva de comprensión del LP, que ya no se concentra solo en las características particulares que un líder proyecta de manera independiente, sino que aparece también una percepción desde la forma en que los seguidores miran y aceptan a quienes los dirigen. Como diría Deusdad (2003) “hay que tener en cuenta la confianza que los seguidores depositan en el líder, la forma en que creen en la veracidad de sus palabras y la confianza plena que colocan en sus actitudes” (p.18).

En ese marco, para la comprensión de esta relación líder-seguidor, fue Max Weber (2007) quien se preocupó por describir, a partir del término de dominación, la legitimidad que logran construir y representar los líderes. Los tipos de dominación que distingue son la dominación racional, tradicional y carismática. En su análisis, la dominación es central, debido a que es mediante esta que se puede garantizar que las personas obedezcan a ciertas instrucciones generales u órdenes concretas emitidas por algunas personas. Sin embargo, para que la dominación pueda llevarse a cabo es necesario que se den sobre los demás ciertas motivaciones que los impulsen a acatar las órdenes, porque es de acuerdo al tipo de motivación que se podrá identificar la singularidad de la dominación.

A propósito de ello, cabe añadir que este tipo de motivación está pensada para el inconsciente de las personas, porque como expresa Le Bon, citado en Deusdad (2003) “el inconsciente es el que domina y los individuos actúan bajo la sugestión. De esa manera se dejan dirigir por el líder, casi como hipnotizados” (p.14). Pero a pesar de los motivos que puedan ser ofrecidos para acatar las órdenes, ningún tipo de dominación podrá llevarse a cabo sin la legitimidad:

Toda dominación procura, más bien, despertar y cuidar la fe en su “legitimidad”. Pero según sea el tipo de legitimidad pretendida, así será el tipo de obediencia y el tipo de aparato administrativo que la garantice y la índole del ejercicio de la dominación, y consiguientemente, de sus efectos […] por ello es adecuado distinguir los tipos de dominación según el tipo de legitimidad a la que se aspira (Weber, 2007, p. 61).

Es de acuerdo con este planteamiento y bajo estas condiciones, que Weber (2007) puede identificar tres tipos de dominación: la racional, la tradicional y por último la carismática. La primera de ellas tiene que ver con la fe, así como la creencia en la legalidad, esta será ejercida por aquellos que “tengan la competencia” para ejercer dicha dominación dentro de ese marco legal, por lo tanto, para que este tipo de dominación pueda ser llevada a cabo, tanto los dominados como los dominadores deben creer en la legalidad de un orden establecido; así, el gobernante, como también el miembro de la organización, únicamente obedecen al marco legal establecido por el derecho, es decir no se obedece a la persona, sino a las obligaciones, las jerarquías y las delimitaciones establecidas por el marco legal, creando así un órgano administrativo; en palabras de Weber las reglas técnicas y las normas y en palabras de French y Raven el poder puro y duro.

El segundo tipo de dominación Weber la denomina tradicional, dentro de esta hay una creencia en el orden establecido por las tradiciones, por lo tanto, los que llevarán a cabo este tipo de dominación deberán ser reconocidos por los parámetros de la tradición consagrados por el tiempo, es por ello que las autoridades o los dirigentes son respetados por la “dignidad que la tradición les atribuye” (Weber, 2007, p.85) y no por un marco legal. La persona que ocupa el cargo dentro de este tipo de dominación, es reconocida no por sus atributos personales, sino porque la tradición así lo ha determinado.

Dentro de la dominación tradicional, la autoridad puede gobernar con o sin aparatos administrativos, pues no existe dentro de ella una jerarquización racional. Dos ejemplos de dominación tradicional son la gerontocracia y el patriarcalismo primario. En la primera juegan un papel preponderante los ancianos por ser los que mejor conocen la tradición y por su experticia, mientras que la segunda se refiere a una persona que ejerce la dominación porque su cargo le fue heredado.

Finalmente, el tercer tipo de dominación que identifica Weber (2007) es la carismática, este tipo de dominación no necesariamente depende de la legalidad, ni necesita hacer uso de la tradición para legitimar su ejercicio, sino que su principal característica se manifiesta en las cualidades “extraordinarias no accesibles a cualquier persona” (Weber, 2007, p.113) que le permiten constituirse como un líder con capacidad de establecer un nuevo orden. En este tipo de dominación, uno de los elementos más importantes es identificar cómo el líder es considerado por sus seguidores.

Por ello, Bass, citado en Kaufmann (1997) consideraba que “para medir la efectividad de un líder se necesita observar la respuesta de sus seguidores. Si estos manifiestan confianza, admiración, lealtad y respeto hacia el líder, en ese caso se habla de un líder transformador” (p.166), o, dicho de otro modo, ante un líder con carisma. Sumado a esto, Max Weber veía en el carisma “un elemento humanizador y, a su vez, revolucionario e irracional, que podía, con su potencial, transformar, renovar y mejorar las sociedades” (Deusdad, 2003, p.13).

Después de Weber, otros autores se han interesado también por describir la relación entre los líderes y sus seguidores, entre ellos Ferraroti, Pizzorno y Touraine. Sin embargo, no realizan una propuesta de fondo, sino que vienen a ser un complemento a la teoría de la dominación de Weber. Por ejemplo, para Ferraroti un líder es aquel que a través del carisma puede provocar metanoia a sus seguidores, es decir, un cambio de orientación o un cambio de perspectiva; el líder viene a ser un puente entre lo divino y sus seguidores. Para Pizzorno el líder también tiene este carácter religioso, ya que es capaz de cambiar o de convertir las opiniones de sus seguidores, incluso generar cambios en su identidad.

Por su parte, desde la perspectiva de Touraine, el líder político viene a ser aquel que dinamiza las ideas políticas y las emociones presentes en los seguidores. Para ello, se parte de la premisa en la que los seguidores anhelan un cambio en su alrededor para que sus vidas transiten hacia un futuro mejor. En este sentido, sería como Deusdad (2003) menciona: “el carisma se manifiesta como una forma de religión civil que llena un espacio espiritual y emotivo, a la vez que ejerce de guía frente a la incomprensión del mundo actual” (p.16)

Sin embargo, al ver al liderazgo político desde esta perspectiva, el papel que juega la confianza depositada en el líder es mayor, ya que esto trae consigo algunos riesgos como el de no incentivar en los seguidores una actitud crítica y proactiva hacia las medidas, ajustes o decisiones tomadas por el líder. Esto en palabras de Pizzorno, citado en Deusdad (2003) sería como observar a los seguidores “dentro de un auditorio escuchando discursos y esperando a recibir instrucciones” (p.17). Por esta razón, se necesita incentivar la participación de los representados o por lo menos estimular una actitud más crítica. Sobre este punto se orienta la discusión en los siguientes apartados del artículo.

Los medios de comunicación como elementos potenciadores del carisma

Uno de los factores que ha impulsado el concepto de carisma durante el siglo XX, ha sido el aparecimiento de los medios de comunicación, puesto que como lo mencionan Davoin et al. (2010): “se ofrece a los nuevos líderes mucha más influencia o incidencia de la que en realidad tienen” (p.14). El carisma del líder político se desarrolla, como menciona Deusdad (2003) en dos grandes direcciones. Por un lado, en la intensidad de las promesas y discursos que el líder comunica a su gente para fortalecer la confianza. Y, por otro lado, en el estilo propio del líder. En ese marco, es fácil entender que estos elementos, al ser parte de la imagen carismática al que el líder político le presta una considerable atención, pueden ser fortalecidos en gran medida por los medios de comunicación, ya que estos saben, como mencionan Davoin et al. (2010) “manejar el discurso para generar una mejor percepción en la opinión pública que en definitiva se convierte en imagen” (p.9).

Y es que esto se vuelve controversial a tal grado en el que el líder político, en las democracias actuales, se preocupa más por la imagen de persuasión que construye en los medios, que por el propio trabajo en beneficio de su colectivo. A este tipo de líder político, Cañadas (2014) lo define como “aquel que habla mucho de los problemas, de todo lo que hay por hacer, pero muy poco de lo que se va a hacer, de las acciones concretas que se deben tomar” (p.29), pues para Cañadas, este tipo de líder se enfoca en construir discursos repletos de aspectos generales que le ayuden a ganar adeptos y mantener sumisa a la población.

Por esa razón, al tener en cuenta el tipo de poder o legitimación que los líderes políticos llegan a establecer sobre sus seguidores, estos procesos de difusión y/o comunicación de carácter político, como mencionan Davoin et al. (2010) al ser de interés para la mayoría, cobra mucha importancia “la manera en cómo se presenten los mensajes” (p.13), ya que de esto dependerá el grado de sujeción de los seguidores hacia su líder. Por lo tanto, si esta imagen se trabaja solamente para generar emotividad en quienes lo siguen, como si se tratara de un espectáculo teatral, se estaría disminuyendo el espacio propio de razonamiento que la audiencia debería tener. Deusdad (2003) ante este escenario menciona que “el carisma se puede convertir en un elemento empobrecedor de la cultura política y puede tener consecuencias nocivas para la democracia, ya que sumerge a los individuos bajo su manto sin fomentar una actitud crítica hacia los dirigentes” (p.18).

Por otro lado, este personaje carismático una vez que conoce todos los elementos de conexión con el pueblo como los de implementar políticas dirigidas a los sectores empobrecidos de la sociedad, proyectarse como un prototipo de cualidades que la gente anhela tener, y utilizar ideales de patriotismo e identidad; y las construye a través de imagen en los medios de comunicación, este líder político se instala, como menciona Deusdad (2003) en un “transmisor de lo santo y lo verdadero” (p.29).

En esa postura, si bien la intencionada manipulación de los medios de comunicación favorece las apariencias de los líderes políticos, hoy por fin los seguidores, como señalaba en cierto aspecto Kaufmann (1997) “empiezan a convertirse en piezas centrales de cualquier teoría sobre liderazgo al conseguir que éste se democratice de verdad y se coloque al alcance de cualquier individuo” (p.222).

La crisis del concepto personalista del liderazgo político

En este acápite se desarrolla la noción de LP más allá de la propuesta realizada por Max Weber, pues muchas de esas nociones hacían referencia al siglo XX[1], mientras la teoría del siglo XXI apunta a un liderazgo más dinámico, menos estático y personalista. Touraine se dio cuenta de que la perspectiva clásica sobre la cuestión del liderazgo político, presentaba ya algunas debilidades y era necesario replantearse el concepto, así como el sentido de las acciones llevadas a cabo por el líder. Sin embargo, no abandona totalmente la visión anterior, pues le asigna demasiada importancia a la manera en que el líder dinamizará las emociones de sus representados, siempre y cuando ellos dependan en gran medida de las decisiones de su líder.

Existe otra perspectiva que enuncia Deusdad (2003), donde se evidencia el carácter bisagra entre la visión clásica sobre el liderazgo político y la dinámica, en ella hace referencia a un liderazgo político con capacidad de generar identidad y cohesión dentro de un ámbito o territorio. En su concepción, existe un vínculo más cercano entre la sociedad y el líder, pues este se “convierte en el prototipo de la sociedad que representa” (Deusdad, 2003, p.25) o como diría Rodríguez (2014) en “los nuevos príncipes de las escenas democráticas” (p.33).

Desde esta perspectiva, el líder se convierte en un símbolo de cohesión para los grupos, porque puede llegar a crear identidad y sentimientos como el nacionalismo. A este tipo de liderazgo, Rodríguez (2014) lo define como “un fenómeno mediante el cual se crea una figura representativa y se construye un lazo representativo” (p.36) porque el líder al componer la imagen de sí mismo (figura) desea establecer un principio de unidad (lazo) en “las cada vez más opacas, mediatizadas y globales sociedades democráticas de nuestros días” (Rodríguez, 2014, p.35).

Cabe mencionar que este nuevo liderazgo político se originó, como forma de oportunidad, ante un contexto de fragmentación de la “modernización económica, la identidad cultural y el poder político” (Leiras, 2008, p.55) <<como en el caso de América Latina a partir de los 90’s>> para establecer un “modelo verticalista donde ocupará un rol central la nueva capa de los profesionales de la política definida por sus competencias especializadas” (Rodríguez, 2014, p.32) debido a que, al lograr considerarse como cuerpo calificado, podrían instaurarse ante los ciudadanos, como los únicos capaces de resolver racionalmente dicha fragmentación. Al respecto, Leiras explica que: “A dicha figura se le concedieron todos los rasgos atávicos de la cultura política personalista y la identificación con los liderazgos carismáticos portadores de la promesa de redención en la imaginación colectiva” (Leiras, 2008, p.55).

Sumado a esto, López y Leal (2005), debaten sobre la relación de los líderes y su contexto. Desde su perspectiva, no se puede entender a los líderes fuera de su entorno, puesto que es a través de este que los líderes crean y construyen. Dicho de otro modo, el rendimiento de cada líder está influenciado por las limitaciones que un contexto histórico impone, pues “un mismo líder, en un contexto diferente al que le sirvió de escenario político, podría haber actuado de forma distinta, obteniendo más o menos fracasos con sus decisiones y prolongado en mayor o menor medida su condición de líder” (Delgado, 2004, p.23). Los sujetos que se han desenvuelto como líderes en un determinado entorno, no necesariamente justifica que puedan serlo en otras situaciones. Desde esta perspectiva, el liderazgo puede ser operado por cualquiera, siempre y cuando se encuentre en el tiempo-espacio correcto.

Ellos mencionan, además, que en las sociedades actuales no es que exista una crisis o ausencia de liderazgos políticos, sino que lo que se está dando son nuevos procesos políticos que no se ajustan a las teorías clásicas o a las miradas tradicionales:

El gran cambio en el concepto de liderazgo viene de la mano de la propia madurez de la sociedad y por la naturaleza de los problemas por resolver. La nueva sociedad no necesita líderes carismáticos y heroicos que indiquen grandes objetivos históricos y señalen cuáles son los caminos que hay que seguir. […] Se asiste hoy al fin del liderazgo carismático, solitario e individualista concentrado en una figura que ocupa una posición jerárquica superior y fundamentado en un estereotipo masculino del líder. Los ciudadanos desconfían del liderazgo carismático por considerarlo poco democrático y quieren participar activamente en la construcción de su futuro (López y Leal, 2005, p.22).

López y Leal (2005), realizan un esfuerzo por desvincular el concepto de liderazgo político de algunas categorías que anteriormente habían sido inherentes, tanto que no se podían pensar unas sin las otras. Refiriéndose a cuestiones como el poder, o la influencia de una persona sobre otras dentro de una estructura jerárquica.

Por ello, su apuesta es demostrar que el liderazgo político se encuentra en todos los niveles de la organización y no solamente como se cree en aquellas personas que cuentan con una mayor visibilidad. De esta manera, se estaría constituyendo un liderazgo político de carácter democrático y colectivo. Al contrario de la noción clásica o normativa sobre el liderazgo, el nuevo liderazgo político, en lugar de ofrecer respuestas, debe generar preguntas o plantear retos; en lugar de preocuparse por resolver conflictos, debe ser capaz de plantear problemáticas con el fin de encontrar el sentido que la organización o la comunidad se esté planteando al realizar sus acciones. Tannenbaum y Schmidt, citado en Cañadas (2014) hacen una apreciación de estas características dentro de 3 estilos de líder.

Dentro de este enfoque son más importantes las relaciones y los acuerdos que logra realizar el líder junto con su comunidad, que sus cualidades personales. Se rompe así el carácter personalista de la teoría y se abre paso a la crítica, al consenso y al diálogo, a la tolerancia, así como a una mayor participación política de los representados.

Problematizando desde Bourdieu

Bourdieu (2009) ofrece dos grandes herramientas para analizar los procesos políticos de legitimación: habitus y campo. Bourdieu (2009) aclara que en cuestiones de política no todo está dicho, y siempre ocupan una posición preponderante la percepción, la expresión y la distribución de ciertos instrumentos dentro de una población. El autor afirma que no se puede pensar ningún proceso político sin tomar en cuenta el estado en que se encuentra el juego político en cierto tiempo y espacio. Además, ofrece una herramienta metodológica, que permite observar de qué manera se instituyen, representan y legitiman ciertos actos a través de discursos o actos públicos. El juego político desde Bourdieu es un proceso donde están en constante movimiento la percepción, así como la expresión de formas activas y legítimas.

Para entrar dentro de este juego político, es necesario comprender los términos antes mencionados: habitus y campo. El habitus, como menciona Jiménez (2008), son los “gestos, movimientos corporales, discursos, prácticas políticas, formas de sentir, formas de percibir la realidad y modos de valorar la misma” (p.194) que el líder político marca dentro de la mente de una sociedad hecha cuerpo con el objetivo de que estos sean perdurables y transferibles. Por ello, el habitus configura la forma en la que los individuos perciben su entorno y la manera de actuar en ella. Por otro lado, el campo es aquel “espacio de juego históricamente constituido con sus instituciones específicas y sus leyes de funcionamiento propias” (Gutiérrez citado en Jiménez, 2008, p.196).

Siguiendo esa línea, el campo no es único, sino diverso, pues existen distintos campos como el político, económico, cultural, comunicacional, etc., que están caracterizados, cada uno, por sus propias reglas de entrada, recursos, límites y fuerzas que, a su vez, funcionan como capitales determinantes para un líder al momento de perpetuar su legitimidad y habitus. En este marco, el capital se convierte en un objeto de lucha entre los agentes políticos, debido a que “la acumulación o la disminución de estos capitales de diversos campos, define el mayor o menor reconocimiento que el líder instaura entre sus seguidores” (Jiménez, 2008, p.197). Para Bourdieu, el líder dentro de este juego político:

Llega a dominar prácticamente el sentido objetivo y el efecto social de sus tomas de posición gracias al dominio que posee del espacio de las tomas de posición actuales y sobre todo potenciales o, mejor, del principio de estas tomas de posición, a saber el espacio de las posiciones objetivas en el campo y de las disposiciones de sus ocupantes: este “sentido práctico” de las tomas de posición posibles e imposibles, probables e improbables por los diferentes ocupantes de las diferentes posiciones, es lo que le permite “escoger” las tomas de posición decorosas, y convenientes, y evitar las tomas de posición “comprometedoras”, que le harían reencontrarse con los ocupantes de posiciones opuestas en el espacio del campo político (Bourdieu, 2009, p.7).

De esta manera, para Bourdieu el ejercicio político no es una cuestión aislada, sino relacional donde influyen las posiciones de los agentes. Por ejemplo, los gobernantes marcan su volumen de legitimación y/o dominación a través del capital cultural como títulos académicos y reconocimientos; capital económico como patrimonio, bienes y dinero; capital social en forma de relaciones con otros sectores u organizaciones; y capital político a manera de apropiación de servicios e instituciones públicas y privadas; que a su vez se agrupan para formar una especie de “capital simbólico” que es reconocido por sus seguidores. Así, el líder que pretende ocupar una posición de “mando” dentro de un partido político, gobierno u otra representación pública, es importante que adquiera “recursos materiales de poder -tales como los recursos económicos y los recursos de coacción” (Campaña, et al., 2016, p.64).

Este juego político se lo puede observar en tres pasos. Primero, el líder evalúa la realidad o contexto social y político. Segundo, el líder determina el habitus a utilizar, es decir, la ideología, el discurso, el lenguaje, la imagen e interacción, que “en su momento inicial solo existe en la mente, como proyecto realizable en la medida que se imponga la definición de la realidad que propone el líder” (Campaña, et al., 2016, p.61). Y tercero, el líder trabaja en la adquisición del mayor capital posible de diversos campos para configurar y acentuar la percepción pre planificada en sus adeptos. Determinándose, de esta manera, una relación importante entre líder-seguidor, pero que no es igual, en el sentido que pareciera que el líder maneja a quienes lo siguen, mayoritariamente, para la perpetuación de su poder entre la opinión pública; como menciona Jiménez (2008): “El líder y sus seguidores construyen una máscara tan sofisticada que intentan perpetuar de por vida. Muchas veces esa máscara está basada en elementos sobrenaturales que ayudan a prolongar el carisma del líder” (p.195).

Aunado a esto, es interesante pensar la problemática desde lo que Bourdieu plantea como espacio social, donde se da una distribución de capital distinta y desigual, como consecuencia de ser espacios de lucha y poder intrínsecos en un juego de relaciones de fuerzas que puede ser alterado. El concepto personalista o individualista de un líder es reemplazado por uno más dinámico y competitivo, pues el líder político no implanta su poder por el simple hecho de poseer rasgos particulares que lo hacen apto para liderar un colectivo, sino más bien, por la dominación de los diferentes campos del poder que están en juego, y por los cuales, diversos agentes compiten.

En este contexto, al considerarse un enfrentamiento continuo por el poder entre diversos políticos, los modos de hacerlo, no son siempre pacíficos ni en armonía, debido a que este enfrentamiento está “caracterizado por un alto componente de tensión o violencia simbólica” (Campaña, et al., 2016, p.67). El representante político, además de preocuparse por trabajar, por ejemplo, en reformas económicas, también tendrá que preocuparse por influir en la opinión pública para incentivar la confianza de sus representados hacia él.

Por ello, Bourdieu menciona la importancia de los partidos políticos que a través de la historia han acumulado “un capital simbólico de reconocimientos y fidelidades y que se ha dotado, por y para la lucha política, de una organización permanente de permanentes” (Bourdieu, 2009, p.19). Sin embargo, el riesgo de todo esto recae en que tanto los partidos como el representante, se preocupen excesivamente por mantenerse más tiempo en una posición del campo político que en alterarla o cuestionarla. Por eso, en este contexto, Cañadas (2014) añade:

La cualidad más grande de una democracia es el libre acceso al funcionario público y, por ende, a las instituciones, característica fundamental de un buen gobierno. Sin embargo, pareciera que, media vez llegan al poder, las reglas cambian y las normas son: las apariencias externas de poder, la prebenda personal, la conveniencia propia y, más grave todavía, la falta de cortesía básica, aun desdén, con aquellos que los eligieron, olvidándose de que son estos los que pagan sus prerrogativas y privilegios. (p.35)

Todo esto, así como la visión relacional y reflexiva característica de Bourdieu, contribuye a suponer al liderazgo político como “una construcción social que implica relaciones dialécticas: líder y sus seguidores; líder y su contexto; habitus del líder y su campo político; campo político y campo del poder” (Jiménez, 2008, p.200). Esto lleva a considerar al líder político como un personaje indispensable, pero no finiquitado, debido a que gran parte de lo que sostiene a las figuras políticas tiene que ver con la opinión pública de sus seguidores y cómo es que ellos perciben la legitimidad, por ello “los políticos tienen verdaderamente que trabajar para ponerse en escena con ayuda de símbolos” (Meichsner, 2007, p.13). “Por tanto, un líder político, estará legitimado para gobernar si le son reconocidos diversos capitales, pues el campo político no es autónomo” (Jiménez, 2008, p.200). Analizar el liderazgo político conlleva analizar la posesión de capitales del líder.

Conclusiones

El interés central del artículo fue debatir sobre las categorías de liderazgo político y campo político. Las primeras aportaciones de Sócrates, Aristóteles y Agustín de Hipona en la antigüedad respecto a los rasgos personales, imagen, competencias, convicciones, ideologías y prácticas políticas que caracterizan al líder político, permitieron comprender, desde un marco subjetivo, aquel proceso por el cual empieza a construirse un líder frente a un escenario concreto. Sin embargo, aunque estos aportes son claves para introducirse en el campo del liderazgo político, existieron faltantes, debido a que no se abordaban los procesos de interacción entre el líder y sus seguidores, y las técnicas de influencia que se ejercen en ese mismo contexto.

Por esta razón, este artículo evaluó el análisis que realizó Max Weber a través de los distintos tipos de dominación legítima para determinar aquel acto consensuado que se crea entre los adeptos con el objetivo de “depositar su confianza en el líder y obedecer sus mandatos” (Deusdad, 2003, p.22). A tal efecto, se tomó la noción de carisma como un principio que rige los procesos de manipulación sobre las masas, principalmente en los movimientos populistas, debido a que allí su vínculo con la multitud se da por un tipo de “relación mística” (Deusdad, 2003, p.23).

Sin embargo, desde que se revisó esta noción, parecía que podía estar sujeta a críticas, pues se da por sentado que cierta persona, simplemente por poseer algunas cualidades personales o aplicar ciertas actitudes que se encuentran, por ejemplo, en el carisma, podría ser denominado “líder”. Aquí no se cuestiona la idea del carisma como tal, sino la idea del liderazgo centrada solamente en habilidades y capacidades personales, pues observar el liderazgo solamente desde esta perspectiva, invisibiliza las relaciones que existen entre el líder, sus representados, su comunidad y/o población.

Por esta razón, se destaca el esfuerzo de López y Leal, en compañía de otros autores como Deusdad, Rodríguez y Leiras, al liberar la noción de liderazgo de sus particularidades personalistas y estáticas. Sus propuestas sobre una visión de liderazgo con carácter dinámico, son relevantes porque toman en cuenta el contexto donde surge el líder, enfatizando que no es posible comprender al líder sin su contexto y sin la sociedad de la que es producto. Su propuesta reflexiona sobre la horizontalidad, el consenso y la comunicación que caracteriza a los nuevos modelos de estudio del liderazgo.

Para esa perspectiva, se introdujeron los análisis de Bourdieu por su contribución a pensar la cuestión del campo y el juego político de la región, permitiendo hacer un mapeo del espacio social, así como la comprensión de las distintas disposiciones de los agentes que están participando en él. Así, con Bourdieu se pueden entender los cambios en el campo político, quiénes son los agentes, qué tipo de capacidades son las que se demandan para ocupar posiciones cruciales dentro de este, qué tipos de movimientos horizontales, ascendentes o descendentes se están presentando, y cuáles son los factores que le permiten al líder permanecer en el poder.

Aunado a esto, se deduce que el proceso de liderazgo transita por tres etapas. La primera, cuando un sujeto, en el transcurso de su vida, ha logrado construir las habilidades y actitudes necesarias [habitus] para poder adentrarse dentro de un campo que le permita trasladar o movilizar a otros, “que estén igualmente inmersos en ese campo” (Campaña et al., 2016, p.82), hacia la obtención de un objetivo común. La segunda, se enmarca en el proceso por la cual el líder tiene que lograr mantener aquella aceptación que le ha sido dada por parte de sus seguidores. En ese sentido, se habla de un “funcionamiento rutinario y de traslación del sentido dado por el líder a las acciones que se ejecutan en consonancia con el habitus de este y a partir de las competencias sociales que posee” (Campaña et al., 2016, p.82).

Y tercero, es el aspecto central que mencionaba Bourdieu: el capital político. Haciendo alusión, al período por el cual los agentes que ya están inmersos en el campo político <<debido a que han logrado construir una imagen carismática y de legitimidad frente a sus adeptos>>, están en el deber de reforzar dicho poder mediante la acumulación de capital de los diferentes campos: económico, social, cultural y comunicacional, como menciona Campaña et al. (2016): “afianzar el liderazgo, mejorar la posición ante sus seguidores” (p.82) y lograr aquella perdurabilidad simbólica incluso después de su muerte.

En ese sentido, la propuesta planteada por Bourdieu da un paso diferenciador respecto a las concepciones realizadas en el liderazgo político clásico, debido a que no se centra solamente en un liderazgo comprendido desde una visión personalista o de rasgos individualistas, sino que abre esa concepción al integrar las nociones de habitus, campo, capital y juego político como aspectos importantes para entender, además de las habilidades necesarias en un agente encaminado al liderazgo, el contexto social o campo político en el cual el líder aplica su carrera de “socialización, legitimación e institucionalización” (Campaña et al., 2016, p.84).

Sin embargo, esta propuesta de revisión teórica deja las siguientes preguntas para posteriores investigaciones: ¿estos tipos de liderazgos, al estar frente a una competencia por el capital político, son meritocráticos? O desde algún marco, como los que mencionaba Bourdieu “primario y secundario”, ¿algún agente empieza desde una posición en ventaja? Se plantea estas preguntas tomando en cuenta el eje que planteaban López y Leal al referirse a la importancia que tiene el contexto en el que se encuentra ubicado el líder, añadiendo a esto, que de existir un punto cero por el cual todo sujeto empieza a construir su habitus, algunos empezarían con cierto capital, indistintamente de cualquier campo, como ventaja.

Y, por otro lado, frente al estudio de legitimidad y poder que el agente político, de manera ambiciosa, lucha por alcanzar, ¿el seguidor del líder se convierte únicamente en un espectador del juego político sin capacidad reflexiva?, o sí se le está dotando, principalmente en las democracias actuales, de aquel papel preponderante para inmiscuirse y alterar dicho juego. Finalmente, vale mencionar que el estudio del liderazgo político, aunque ha ido adquiriendo conceptualizaciones que incorporan nuevas perspectivas para comprenderla de manera más exhaustiva, todavía no llega a ser un término acabado, debido a que las propuestas analíticas que hasta aquí han sido revisadas solo actúan para una comprensión de estudio generalizada. Por ello, como menciona Campaña et al., (2016): “se hace necesario la investigación empírica a través de una reconstrucción biografía política de cada líder” (p.76), ya que el LP, como se ha mencionado anteriormente, se caracteriza, principalmente, por las prácticas políticas que se desarrollan en un determinado campo o espacio sociotemporal.

Referencias

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Weber, M. (2007). Sociología del poder "Los tipos de dominación". Alianza Editorial.

  1. Realizando un análisis sobre el liderazgo carismático, o en su caso, teorizando sobre el populismo.