Breve análisis del significado de género en culturas occidentales y no occidentales

Brief analysis of the meaning of gender in Western and non-Western cultures

Magaly Lucía Benalcázar-Luna*

Instituto Superior Tecnológico Bolívar, Ambato, Ecuador

*maga.benalcazar@gmail.com

Recibido: 23 de septiembre de 2021 Aceptado: 15 de diciembre 2021

Resumen

El género, como construcción sociocultural e histórica del perfil biológico, se encuentra nuevamente en el centro del debate acerca de qué significa ser mujer; es decir, desde una perspectiva novedosa, la discusión actual cuestiona el concepto de “género femenino” como absoluto y contribuye con la deconstrucción de los roles y características esteoreotipadas que le asignó el paradigma occidental y patriarcal. Con este propósito, el artículo ofrece insumos y reflexiones alrededor de lo que se entiende por género: desde las conceptualizaciones usuales de: mujeres, género y capitalismo, las formas de asumir el género femenino en el escenario del desarrollo en el sistema mundo: metrópoli – periferia, cuestionamientos al desarrollo capitalista globalizado; el uso recurrente de los términos “mujer” y “género” como sinónimos, la binariedad de género en la lógica occidental, en particular la escisión en los espacios público y privado, además de varios ejemplos de cómo se asumen las nociones de género y la fuideza de género en culturas no occidentales.

Palabras clave:

Binario, capitalismo, desarrollo, género, globalización, mujeres

Abstract

Gender, as a sociocultural and historical construction of the biological profile, is again in the center of the debate about what it means to be a woman; that is, from a novel perspective, the current discussion questions the concept of “female gender” as absolute and contributes to the deconstruction of the steoreotypal roles and characteristics assigned to it by the western and patriarchal paradigm. To this end, the article offers inputs and reflections around what is understood by gender: From the usual conceptualizations of: Women, gender and capitalism, the ways to assume the feminine gender in the development scenario in the world system: Metropolis – periphery, questions to globalized capitalist development; the recurrent use of the terms “woman” and “gender” as synonyms, the gender binarity in western logic, in particular the cleavage in public and private spaces, as well as several examples of how notions of gender and gender fuidness are assumed in non-western cultures

Keywords: Binary, capitalism, development, gender, globalization, women

TIPO DE ARTÍCULO: ARTÍCULO DE REVISIÓN

Introducción

Género, como categoría analítica es un término cuya aparición Joan Scott sitúa a finales del siglo pasado; en el presente ensayo se analizará la usual asociación con el término mujer, y en el contexto en el cual las agencias de desarrollo -delineadas al interior de un sistema mundial y económico- los manejan como sinónimos. Posteriormente se detallarán varios ejemplos, de diferentes lugares geográficos y momentos históricos, que delatan la existencia de muchos más diversos y complicados sistemas de géneros, por fuera del binario occidental.

Finalmente, se retomarán los argumentos para definir las conclusiones que se presentan como producto final del análisis de este ensayo y como insumos para los actuales debates acerca de la construcción de nuevas acepciones de ser mujer, y el uso de términos como “persona menstruante”, frente a criterios de inclusión de personas trans femeninas, trans género o no binarias.

Binariedad de género

Hace más de 60 años, la publicación de El Segundo Sexo, contribuyó a descorrer el velo frente a la invisibilización histórica de las mujeres en el espacio público. Beauvoir dice que “la mujer se determina y se diferencia con relación al hombre y no éste con relación a ella; la mujer es lo inesencial frente a lo esencial”. (Beauvoir, 1999, p. 18). Al formar parte de un binario opuesto en el que el hombre es el Sujeto, a la mujer le corresponde el rol de lo Otro y existir, no por sí misma, sino únicanmente como alteridad de lo esencial (Beauvoir, 1999, p. 18), es decir, una forma de subordinación.

La tesis más importante de El Segundo Sexo cuestiona la fatalidad biológica que afirma que una mujer no nace, se hace y plantea una pregunta que aún se debate: ¿qué es una mujer? En este trabajo una pregunta adicional analiza: ¿porqué muchas agencias de desarrollo manejan ‘mujer’ y ‘género’ como sinónimos? Scott (1996), habla del conflicto para definir ‘género’ como categoría independiente para el análisis histórico. Cuando clase, raza y género emergieron como categorías analíticas para pensar las exclusiones, la de género no tenía la misma trayectoria académica ni conceptual que las nociones de clase y raza; es decir, estaba en cierto manera invisibilizada.

La tradición judeo cristiana fue uno de los elementos determinantes en la conformación de la mirada occidental que construyó el binario; cuya lógica opuesta y excluyente obstaculiza el desarrollo de un análisis de sistemas de género que atraviese varias culturas, especialmente las no occidentales. Persiste una confusión respecto a que la palabra género hace referencia únicamente a las mujeres, además, se equipara ‘género’ y ‘mujeres’ al interior del sistema binario, frente a “hombres”.

“Así, pues, todo ser humano hembra no es necesariamente una mujer; tiene que participar de esa realidad misteriosa y amenazada que es la feminidad”. (Beauvoir, 1999, p. 15), que, como se argumentará más adelante, puede ser encarnada por personas biológicamente hombres y da pie a la existencia de una multiplicidad de géneros. Similar a lo que sucede con el concepto de género, las masculinidades tampoco se limitan a estudiar a los hombres, “sino la posicionalidad que éstos asumen en un sistema de género dominante, el heterosexual que, sin embargo, requiere para su reproducción una constante afirmación de las fronteras establecidas con mujeres y con sexualidades disidentes”. (Andrade, 2001).

Para Scott, ‘hombre’ y ‘mujer’, “son al mismo tiempo categorías vacías y rebosantes. Vacías porque carecen de un significado último, trascendente. Rebosante, porque aun cuando parecen estables, contienen en su seno definiciones alternativas, negadas o eliminadas” (Scott, 1999). La diversidad de significados en las distintas culturas además es dinámico: por ejemplo ‘matrimonio’ no significa lo mismo en todas las sociedades, ni necesariamente en la misma sociedad a lo largo de su historia.

Igualmente, la misma conceptualización, por ejemplo la gramatical o lexical del término explicita la existencia de más de dos géneros; ya que en muchos lenguajes no occidentales, tienen palabras para designar una sexualidad neutra, o mas bien para identificar ya sea una tercera o múltiples categorías; ejemplos que serán detallados en la segunda mitad de este ensayo.

Género y desarrollo en el sistema mundial

El género aborda las relaciones sociales de los sexos con un tono que suena neutral y objetivo, sin la pasión contenida en el término ‘feminista’. Se manifiesta una falacia cuando a la mujer (ni al hombre) no se la considera en lo que significa género (en el sentido de equidad); el enfoque de desarrollo ve a la mujer simplemente como parte de la masa de la estrategia de acumulación de capital; como es el caso de las trabajadoras de maquila en Ciudad de Juárez, México (Warren y Bourque, 1991).

La mujer se ve afectada por la estructura de producción jerárquica y explotadora que está asociada con la penetración del capitalismo en el tercer mundo. Este no es ningún proceso neutral de modernización, sino un proceso que toma una forma resultante de los intereses y fuerzas alimentados por la acumulación. (…) la mujer tiende a ser ubicada en posiciones subordinadas a distintos niveles de interacción entre la clase y el género” (Benería y Sen, 1982b: p. 69)

A su vez, “el actual subdesarrollo de Latinoamérica es el resultado de su participación de siglos en el proceso de desarrollo del mundo capitalista (Frank, 1973, p. 37). Andre Gunder Frank denuncia que las localidades satélites se desarrollan más y mejor cuando sus lazos con la metrópoli son débiles. Los satélites mantienen su desarrollo estructuralmente condicionado a las necesidades de la metrópoli:

El caso clásico de industrialización a través de la no participación como satélite en el sistema capitalista mundial es obviamente Japón, después de la restauración de Meiji. Porqué puede uno preguntar, el Japón pobre de recursos pero no satelizado, pudo industrializarse a fines de siglo, mientras que los países latinoamericanos y Rusia, ricos en recursos, no fueron capaces de hacer lo mismo y la última fue tan fácilmente vencida por Japón en la guerra de 1904, después de 40 años de esfuerzos de desarrollo (Escobar, 1998, p. 298)

Porque además, la metrópoli abandona a su suerte al satélite, cuando éste ha agotado la materia prima que le proporcionaba. (Frank, 1973, p. 47-48). En la actualidad, aún se acostumbra usar la misma receta económica en cualquier país, independientemente de sus particularidades económicas sociales o políticas. En uno de varios casos del proyecto modernizador, el experimento en la población peruana de Vicos en los años 50, alteró las relaciones económicas y de género, una de las secuelas fue la pérdida de derechos de la mujeres. La inequidad se evidenciaba desde la escuela: las niñas que asistían se arriesgaban a perder su complementariedad sexual, su espacio en el trabajo productivo y a obtener restricción de libertad y empobrecimiento (Babb, s.f).

Además se ensanchó la separación entre esferas privada y pública, se remarcó la posición femenina y masculina respectivamente y el espacio doméstico cedió importancia al ámbito público, donde se toman las decisiones: así la reina del hogar se sintió insegura fuera de él. Las relaciones de dependencia de las mujeres completan las dependencias de la estructura capitalista.

Crítica al desarrollo dentro del sistema mundial

Las mujeres del tercer mundo son tratadas como mano de obra barata, o gratuita, generalmente acorde a las necesidades del mercado: “El trabajo no pagado de las mujeres en el hogar mantiene bajos los costos de reproducir la fuerza laboral”, argumento que Dalla Costa (1972) citada por Nash, usa para exponer la aportación de las mujeres a la acumulación del capital (Nash, 2001, p. 218).

La agencia se encarga de capacitar con tecnología, para mejorar la vida, pero desde lo que para Occidente signfica mejorar la vida, lo que no incluye la perspectiva de género. Los cuatro enfoques, con el que según Warren y Bourque, la tecnología y el desarrollo identifican al género, asumen que las mujeres confirman una unidad síquica, un bloque conceptual esencialista.

Incluir a las mujeres en la actividad productiva no garantiza equidad, porque esta inclusión suele darse en condiciones desfavorables para ellas, como lo explican conceptos como el ‘Techo de cristal’ o ‘El piso pegajoso’: por ejemplo, la mujer en relación de dependencia laboral cambia de espacio físico, pero su trabajo en el espacio público no modifica el rol tradicional desplegado en casa; además, en mucho casos se duplica.

Respecto a la economía global, alusiva a los enfoques de Warren y Bourque, June Nash acota que el control de los puestos de trabajo se genera en un pensamiento hegemónico, que no considera la existencia de economías alternativas. La tecnología no rescató a las mujeres de las tareas domésticas, se sustituyó la piedra de lavar comunitaria por la máquina lavadora en casa, pero es la mujer quien sigue lavando; en cambio, si disminuyó la socialización directa que se establecían entre mujeres. Asimismo, “si las nuevas tecnologías desplazan mano de obra, por lo general, son las mujeres quienes son desplazadas primero” (Escobar, 1998, p. 327).

Las agencias de desarrollo están direccionadas. La mirada de los proyectos de desarrollo no considera la perspectiva de género. Por ejemplo, entre tantas otros, en el caso de los bordados de Zuleta, una comunidad de la provincia de Imbaura, en Ecuador, esta actividad productiva reproduce y consolida roles de género, porque se contituye en una extensión de las tareas domésticas, en el área laboral pública.

El Banco Mundial es un ejemplo clásico para explicar la óptica de las agencias, ya que mantiene su hegemonía con estrategias como: canalizar la mayor cantidad posible de fondos, profundizando la dependencia de los mercados internacionales, fomentando la pérdida de control de los recursos de las industrias locales, oponiéndose a medidas proteccionistas para industrias locales, protegiéndose a sí mismo de toda responsabilidad, entre otras maniobras. (Escobar, 1998, p. 314).

Grandes organizaciones como el Banco Mundial incorporan masas para acumulación de capital. No hay reflexión sobre género, miran a la mujer como instrumento del capital, están reproduciendo las misma mirada con la que llegaron a América. El interés por incluir a las mujeres en el desarrollo se da en un contexto de supuesto progreso que genera grandes modificaciones en las relaciones de producción y de género a los pueblos, como en el caso del proyecto Vicos; una experiencia de desarrollo desigual de género, en Perú, en los años 50. (Babb, s/f)

La mirada panóptica se aplica a las tecnologías de visualización más literal que metafóricamente; incorporar gente al discurso como sucede en el desarrollo significa asignarla a campos de visión y “ejercer ‘el truco omnipotente de ver todo desde un punto indefinido’. (…) esta firmación describe bien el estilo de trabajo del Banco Mundial” (Escobar, 1998 [1995]: 298). Esta compartimentalización de la gente en áreas de control, permite disciplinar a los individuos y transformar sus condiciones de vida hacia un ambiente social normalizado y productivo (Escobar, 1998, p. 298).

Otra manifestación de los binarios – y de la subordinación- da cuenta de “un aspecto típico de esta división técnica del trabajo; por ejemplo el espigueo femenino posterior a la cosecha masculina, consiste en que tanto hombres como mujeres consideran que las labores realizadas por las mujeres son mucho menos importantes que las realizadas por los hombres” (Deere y León, 1982, p. 123).

“El tipo de empleo ofrecido a la mujer también está asociado con bajos salarios” (Deere y León, 1982, p. 129] y la reproducción de roles femeninos. Además, la inclusión de mujeres al desarrollo mediante actividades productivas, “se basaba en el fortalecimiento de las prácticas y las creencias sexistas y racistas” (Escobar, 1998, p. 332); la mujer que logra ingresar al espacio público masculino lo hacen en desventaja; con trabajos tediosos, mal remunerados (Warren y Bourque, 1991); además, usualmente las tareas feminizadas son socialmente valoradas como inferiores; por ejemplo, cuando se habla de un doctor y de una enfermera; o de un chef y una cocinera.

Mujeres, género y capitalismo

La mujer en el desarrollo capitalista, se usa como reserva laboral cuando el trabajo de los hombres no es suficiente. Cuando el mercado laboral lo requiere, entonces si se saca a la mujer del espacio doméstico para integrarla a la actividad productiva, como sucedió en los Estados Unidos durante la década de los 40: como los hombres estaban luchando en la Segunda Guerra Mundial, las mujeres ocuparon los espacios en los puestos de trabajo e incluso en el deporte, con la creación de All American Girl Baseball, la primera Liga profesional de béisbol femenino, impensada años antes. Cuando el capital lo requiere, no hay problema en alterar el código binario que coliga al hombre con la producción y a la mujer con la reproducción.

Para entender la subordinación femenina es necesario examinar justamente estas áreas de producción y reproducción (Benería y Sen, 1982a). “El enfoque debe centrarse en l;a producción y en la agencia humana, no se debería reducir todo a un sistema de producción” (Nash, 2001) El desarrollo, manifestado en el cambio tecnológico, liberaría a las mujeres de las labores domésticas rutinarias (Nash 2001, p. 215) y permitiría controlar la natalidad, de forma que estén disponibles para entrar al mercado, siempre que sus actividades sean compatibles con su prioridad como amas de casa (Kabeer, 1998, p. 36)

Aunque la primera promoción del MED (Mujeres en Desarrollo) fue importante para acabar con la antigua equivalencia política entre mujeres/producción/eficiencia, se ha construido sobre un punto de vista igualmente empobrecido de la vida de las mujeres. Este ha definido como equivalentes la agencia económica de las mujeres y la de los hombres, ignorando la mayor intervención de ellas en las responsabilidades familiares y domésticas” (Kabeer, 1998, p. 101)

Binariedad occidental

Esta equivalencia de pares opuestos se manifiestan también en la escisión de espacios público (político) y privado (doméstico), que refuerza la dualidad de dos géneros únicos, cuya característica de opuestos, permiten que uno subordine y otros sea subordinado, en una lógica inversa a la complementariedad de género. Chiappari cuestiona esa dictomia propia de Occidente, por su inercia tautológica; y dejar por fuera otro tipo de aspectos, organizados como comunitarios y extracomunitarios. Denuncia la colonización europea como el origen del machismo latinoamericano, al destruir sistemas de genero más equitativos, previos a la conquista (Chiappari, 2001)

Newcom habla de la generalización de espacio y presenta el ejemplo del Hijab, que en la sociedad musulmana significa extender el espacio privado al público. Otra modificación de la concepción dual es el proporcionado por el ciberespacio, que permite una forma más democrática y en alguna medida, anónima, de interacción; sobretodo por parte de mujeres jóvenes, para negociar relaciones con los varones.

Estas son solo dos evidencias, de entre tantas otras, que demuestran que el binario, de alusión directa a la reproducción, no es una categoría universal ni omnipotente; existen y existieron muchos más sistemas de género. El concepto esencialista de ‘mujer’ es una falacia que desconoce la existencia de la fluidez de género en culturas no occidentales.

En sociedades, generalmente fuera del canon occidental, hay personas que circulan de uno a otro rol y asumen un género en forma parcial y momentánea, como una expresión sexual de libertad (Nanda, 2000). Esta fluidez de género desmiente las etiquetas de los roles estereotipados; asimismo, la existencia de personas transgénero o transexuales cuestiona este esquema de la binariedad de género.

Género en culturas no occidentales

En la cosmovisión andrógina de la cultura Navajo, una comunidad de indios nativos norteamericanos, todo es instrínsicamente masculino y femenino. La identidad de género es dinámica, a nivel sexual y primordialmente ocupacional. La preferencia vocacional en los roles (masculinos o femeninos) es determinante, no lo biológico. Las parejas homogenéricas son mal vistas, no las homosexuales (Epple, 1998); matrimonio y sexualidad se complementan con actividades sexualidades adicionales (Nanda, 2000).

En este contexto es pertinente anotar que la cosmovisión Shuar, una cultura del Oriente ecuatoriano, no tiene atributos de género, ellos identifican dos identidades: la existencial, establecida en lo que una persona ES, y la basada en el rol, es decir, construida en lo que la persona HACE. Hombres y mujeres se reemplazan en tareas productivas y reproductivas (Perruchón, 1997)

En América del Norte, los hombres Innu eran guerreros y las mujeres eran coordinadoras de guerra; la autonomía era individual y las decisiones se tomaban en consenso. No existía dicotomía entre lo público y lo privado. (Leacook, 1981). En las Islas Trobiand, en Oceanía, hermana y esposa eran dos géneros diferentes, al igual que hermano y esposo (Weiner, 1989). Para Martum, en Australia, son las mujeres quienes cazan para aprovisionar al hogar, los hombres cazan por estatus, para redistribuir. La poligamia reduce la carga laboral femenina (Bliege Bird, 2008)

Las mujeres Tuareg, pueblo nómada del Sahara, disfrutan de independencia económica, prestigio social y la mayoría permanecen en casa durante la migración laboral de su esposo. Las mujeres usan el apellido del esposo y las hijas el de su padre, ellas pueden iniciar el divorcio; sin embargo la poliginia no es una causal (Rasmussen, 2002).

Las meXicanas acceden a una fluidez de identidad; ellas afrontan la presión de las expectativas tradicionales (su ascendencia en México) por un lado y por otro, la de solucionar necesidades reales e inmediatas (su vida en E.E.U.U.): en la práctica del día a día, como el desempleo masculino que obliga a la mujeres a asumir la responsabilidad proveedora (Russel y Rodríguez, 2008)

Como rito de paso, una mujer meXicana se casó para huir de la casa paterna y posteriormente divorciarse para vivir su identidad lesbiana. En otro caso, una meXicana asume voluntariamente el rol femenino con su pareja lesbiana; aunque reproduce el esquema, gusta cumplir este rol en un contexto homosexual (Russel y Rodríguez, 2008)

Así, un breve repaso da cuenta de la multiplicidad de géneros y roles, la existencia de la fluidez de género; las que cuestionan la binariedad y el esencialismo de ‘mujer’, y que no hay dos perfiles exclusivos de feminidad y masculinidad. Las feministas, indudablemente interesadas en desmitificar el tema de género, trabajan para deconstruir “los relatos únicos de la historia y la idea de un sujeto unívoco, racional y masculino” (Millán, 2002, p. 63), y romper la binariedad en la que la mujer es el Otro -subordinado-.

Conclusiones

La historia -usualmente escrita por los vencedores- ha invisibilizado los logros femeninos; por ejemplo las aportaciones en descubrimientos científicos, como en el caso de Mileva Maric, científica y primera esposa de Einstein; publicaciones exitosas firmadas con seudónimos, como Aurore Lucile Dupin de Dudevant, mejor conocida como George Sand, o casos como el de Margaret Keane, quien pintaba las obras que su esposo, también pintor, firmaba y vendía como suyas.

El modelo actual de civilización occidental, requiere la deconstrucción del modelo patriarcal y la reconstrucción de las instituciones históricas y sociales, con la inclusión de la perspectiva de género femenino. Entonces habrá una humanidad sensibilizada, global y unida (Jakobsen, 2003:156). Contrario a la binariedad de género y a su implícito determinismo biológico, no se trata de intercambiar roles, sino de compartir responsabilidades más equitativamente. Tampoco se trata de asumir posiciones paternalistas-proteccionistas a mujeres pobres que necesitan desarrollo (Escobar, 1998, p. 336) y suponer que al ser las mejores clientas de microcréditos las hemos ayudado, cuando se desconoce en qué ocupan realmente ese dinero o quién decide sobre él.

La planificación de la equidad de género sobre la base de la justicia social, y no sobre la igualdad formal, requiere que se reconozcan todo el peso y las implicaciones de la división genérica del trabajo en la vida de las mujeres y los hombres, así como las diferentes necesidades, prioridades y posibilidades a las que da origen. La equidad de género requiere que el bienestar sea visto como complementario, no como opuesto a la eficiencia (Kabeer, 1998, p. 101, 102)

En fin, fuera de Occidente el sexo biológico no tiene necesaria relación con las construciones sociales de género, las cuales se configuran, obviamente según cada cultura. Equivaler mujer a género es una falacia antiequitativa. Las agencias de desarrollo sencillamente no tienen interés en abordar el género, porque esta no es su prioridad, sino la de ser una estrategia de introducción de capital, porque son parte de proyectos transnacionales, evidenciando en los argumentos revisados acerca del desarrollo. Adicionalmente, el canon de Occidente respecto al desarrollo y mujeres, tiene una mirada contraria a la ecuanimidad en el tema de comprensión de género.

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